Acomodaciones sensoriales: cuidarse sin justificarse
- Jesus Gomez Frye
- 17 oct
- 4 Min. de lectura

El derecho a estar cómodas en el mundo
Durante años, muchas mujeres y adolescentes autistas han aprendido a soportar el ruido, la luz intensa, los tejidos ásperos, los olores penetrantes o los espacios saturados de estímulos como si se tratara de una cuestión de carácter. Escuchan frases como “no exageres”, “a todos nos molesta un poco”, “no seas tan sensible”, hasta interiorizarlas como verdades.
Sin embargo, la sensibilidad sensorial no es una exageración ni una debilidad. Es parte del modo en que el sistema nervioso autista percibe y procesa el entorno. Comprenderlo desde una perspectiva neurofisiológica —y no moral— es el primer paso hacia un autocuidado libre de culpa. Las acomodaciones sensoriales no son un privilegio, sino un derecho de accesibilidad y una herramienta esencial para el bienestar.
Comprender el procesamiento sensorial autista
El Desorden del Procesamiento Sensorial (DPS) no figura en todos los manuales diagnósticos, pero su existencia y efectos están ampliamente documentados en la literatura científica sobre autismo. Estudios como el de Ben-Sasson et al. (Frontiers in Integrative Neuroscience, 2019) señalan que entre el 70% y el 90% de las personas autistas presentan diferencias significativas en su forma de procesar los estímulos sensoriales.
Estas diferencias pueden manifestarse como:
Hiperreactividad sensorial: sonidos, luces o texturas que resultan dolorosos o abrumadores.
Hiporreactividad sensorial: dificultad para percibir estímulos como el frío o el hambre.
Búsqueda sensorial: necesidad de moverse, tocar o repetir ciertos estímulos para regularse.
En mujeres y adolescentes, estas variaciones suelen pasar desapercibidas porque muchas aprenden a enmascararlas. Se entrenan para soportar el malestar y así cumplir con las expectativas sociales de “normalidad”. Con el tiempo, esa represión constante puede derivar en agotamiento físico y emocional, ansiedad, dolores de cabeza, crisis sensoriales o shutdowns.
Cuidarse no es un privilegio: es una necesidad fisiológica
La cultura del “aguante” y la presión por encajar llevan a muchas mujeres autistas a minimizar su malestar. Pedir que bajen el volumen, usar auriculares o buscar un espacio tranquilo puede parecer una molestia para los demás, pero son acciones de supervivencia cotidiana para quienes experimentan la vida con una intensidad sensorial distinta.
Cuidarse implica reconocer los límites del propio sistema nervioso. No se trata de aislarse del entorno, sino de ajustarlo para evitar el sufrimiento físico y emocional. Algunas estrategias útiles incluyen:
Utilizar gafas de sol o viseras en interiores luminosos.
Vestir ropa sin etiquetas y con tejidos suaves.
Estudiar o trabajar con auriculares con cancelación de ruido.
Incorporar pausas sensoriales durante el día.
Permitir el movimiento (balanceo, manipulación de objetos) como forma natural de autorregulación.
El propósito no es adaptarse a la incomodidad, sino crear condiciones que permitan la calma y la funcionalidad.
Cuidarse sin justificarse: romper el hábito de explicar
Una de las cargas más pesadas para las mujeres autistas es la constante necesidad de justificar sus necesidades. “Perdón, me molesta el ruido”, “perdón, necesito salir un momento”. En una sociedad que valora la conformidad, el autocuidado muchas veces se percibe como un acto de rebeldía.
Sin embargo, cuidarse no debería requerir explicaciones. Dejar de justificar las propias acomodaciones sensoriales es un acto profundo de autolegimitación. Implica reconocer que el cuerpo siente de forma diferente y que ese sentir es válido.
Cada vez que una adolescente autista usa auriculares sin pedir disculpas o una mujer adulta prioriza la comodidad sobre la estética, se cuestiona una cultura que valora la apariencia por encima del bienestar. Como señala la psicóloga autista Devon Price en Unmasking Autism (2022):
“El verdadero crecimiento no consiste en forzarse a soportar el dolor, sino en construir un entorno donde no sea necesario sufrir para existir.”
Aprender a pedir (y aceptar) apoyo
Reconocer las propias diferencias sensoriales también implica permitirse pedir ayuda. Comunicar las necesidades no debería ser motivo de vergüenza, sino una práctica de honestidad y respeto hacia el cuerpo.
En entornos educativos o laborales, las acomodaciones sensoriales pueden adoptar múltiples formas:
Iluminación regulable o acceso a espacios de descanso.
Permiso para utilizar auriculares o realizar pausas breves.
Vestimenta libre de códigos formales rígidos.
Posibilidad de trabajar o estudiar en ambientes con menor carga sensorial.
Estas adaptaciones no solo benefician a las personas autistas, sino que contribuyen a crear entornos más humanos y sostenibles para todas.
Conclusión: habitar el cuerpo propio
El camino hacia una vida sensorialmente habitable no se construye desde la tolerancia, sino desde la validación de las propias necesidades. Cuidarse no requiere excusas, porque el bienestar sensorial es una necesidad biológica, no un lujo.
Las mujeres y adolescentes autistas no necesitan seguir adaptándose a un mundo hostil para ser aceptadas. Necesitan un entorno más consciente y respetuoso. Y mientras ese cambio ocurre, elegir cuidarse sin justificarse se convierte en un acto de resistencia, dignidad y amor propio.
📚 Recursos y lecturas recomendadas
Ben-Sasson, A. et al. (2019). Sensory Symptoms in Autism Spectrum Disorders: A Meta-Analysis. Frontiers in Integrative Neuroscience.
Devon Price (2022). Unmasking Autism: Discovering the New Faces of Neurodiversity. Harmony Books.
Dunn, W. (1997). The Impact of Sensory Processing Abilities on the Daily Lives of Young Children and Their Families. Infants & Young Children.
Temple Grandin (2013). The Autistic Brain: Thinking Across the Spectrum.
Blog Neurodivergent Rebel: artículos sobre autismo, identidad y autoaceptación sensorial.



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