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¿Cómo el invierno puede afectar a las personas autistas?

  • Foto del escritor: Jesus Gomez Frye
    Jesus Gomez Frye
  • hace 11 minutos
  • 4 Min. de lectura

Cuando llega el invierno, muchas personas sienten que su energía disminuye, su estado de ánimo se altera o que necesitan más tiempo para descansar. Sin embargo, para las personas autistas, esta estación puede representar un desafío aún mayor. Cambios en la luz, la temperatura, la rutina y la sobrecarga sensorial pueden impactar significativamente su bienestar físico, emocional y cognitivo.

Hablar de cómo el invierno afecta a las personas autistas no es exagerar dificultades, sino visibilizar experiencias reales que muchas veces pasan desapercibidas. Comprender estas particularidades es un paso necesario para construir espacios más empáticos y adaptativos.

Pero ¿qué tiene el invierno que puede resultar tan desafiante para una persona autista? Más allá del frío, esta estación modifica aspectos clave del entorno y del cuerpo: cambia la luz, se alteran las rutinas, se intensifican ciertos estímulos sensoriales y se acumulan demandas sociales. Comprender cómo estos factores interactúan con la forma en que las personas autistas procesan el mundo es fundamental para ofrecer apoyos reales y respetuosos.


1. Cambios sensoriales intensificados

El invierno trae consigo una serie de estímulos sensoriales nuevos o más intensos: ropa más abrigada y pesada, contrastes térmicos entre ambientes interiores y exteriores, sonidos como el viento fuerte o la lluvia, y luces artificiales más constantes debido a la menor exposición solar.

Para las personas autistas, que a menudo tienen una percepción sensorial aumentada o diferente (Robertson & Baron-Cohen, 2017), estos cambios pueden ser abrumadores. Las etiquetas en la ropa de invierno, el frío que “pincha” la piel o los ruidos más fuertes pueden provocar malestar, irritabilidad o fatiga sensorial.




2. Reducción de la luz natural y estado de ánimo

La disminución de la luz solar en invierno afecta a muchas personas, pero puede ser especialmente compleja para quienes ya viven con una regulación emocional más delicada. Diversos estudios vinculan la reducción de la exposición a la luz con el trastorno afectivo estacional (TAE), una forma de depresión recurrente que ocurre en los meses de invierno (Melrose, 2015).

En personas autistas, que pueden presentar una mayor sensibilidad emocional o dificultad para identificar y expresar emociones (Bird & Cook, 2013), esta tristeza estacional puede pasar desapercibida, interpretarse como “apatía” o “aislamiento”, y no recibir el acompañamiento adecuado.


3. Desorganización de la rutina

El invierno implica a menudo interrupciones en la rutina diaria: días festivos, vacaciones, enfermedades respiratorias, inasistencias escolares o laborales. Para muchas personas autistas, la rutina es una estructura que brinda seguridad y previsibilidad (American Psychiatric Association, 2013). Cuando esta estructura se altera, es común que aumenten la ansiedad, el estrés o la sensación de pérdida de control.

Además, la menor posibilidad de actividades al aire libre o la necesidad de permanecer más tiempo en casa puede reducir las oportunidades de regulación sensorial o social, contribuyendo a un aumento del malestar general.


4. Mayor carga social y expectativas en las fiestas

La temporada de invierno suele venir acompañada de celebraciones, reuniones familiares y otras actividades sociales. Aunque puedan ser significativas, también pueden implicar una gran carga sensorial y emocional: luces brillantes, música alta, conversaciones múltiples, contacto físico, expectativas sociales implícitas.

Para una persona autista, estas situaciones pueden resultar altamente demandantes. En lugar de disfrute, muchas veces lo que se experimenta es ansiedad, necesidad de enmascaramiento o incluso crisis posteriores por agotamiento.


Estrategias para cuidarse en el invierno siendo autista


Aunque los desafíos del invierno son reales, también existen formas concretas de cuidarse y adaptar el entorno para transitar esta estación con mayor bienestar:


 1. Buscar luz natural o usar lámparas de fototerapia


Cuando hay poca luz solar, usar lámparas de espectro completo puede ayudar a regular el estado de ánimo y el ritmo circadiano. Estudios han demostrado que la fototerapia puede ser efectiva para reducir síntomas del TAE (Lam et al., 2006).



2. Elegir ropa sensorialmente cómoda

Evitar costuras gruesas, etiquetas y telas irritantes. Buscar ropa térmica liviana puede ayudar a mantenerse abrigado sin sentir sobrecarga táctil.


 3. Programar pausas sensoriales

Reservar momentos de tranquilidad con estímulos reguladores (como mantas con peso, música suave, luces cálidas o ejercicios de respiración). Estas pausas ayudan a prevenir el agotamiento sensorial.




4. Anticipar cambios en la rutina

Usar agendas visuales o calendarios para planificar feriados, cambios en actividades o visitas familiares. Incluir tiempos de descanso antes y después de eventos sociales es clave para evitar el burnout.




5. Crear un “kit de invierno” personalizado

Incluir elementos que ayuden a regular: auriculares con cancelación de ruido, guantes sensoriales, snacks favoritos, objetos de estimulación táctil, bálsamos para el frío, entre otros.


6. Pedir apoyo cuando se necesite

Validar el cansancio invernal no es debilidad. Buscar espacios seguros donde se pueda expresar malestar sin juicio (amigos, terapeutas, redes autistas) puede marcar una gran diferencia.


Conclusión


El invierno puede representar un periodo especialmente complejo para muchas personas autistas, no por fragilidad, sino por la interacción entre un entorno cambiante y un sistema nervioso que experimenta el mundo de forma intensa y única. El aumento de la sensibilidad sensorial, la alteración de las rutinas, la disminución de la luz natural y las demandas sociales elevadas son factores que, combinados, pueden afectar significativamente el bienestar emocional, físico y cognitivo.

Sin embargo, reconocer estos desafíos no debe ser motivo de alarma, sino de conciencia. Al comprender cómo las estaciones del año —y en particular el invierno— inciden en la vida cotidiana de las personas autistas, abrimos la puerta a estrategias más humanas, más flexibles y respetuosas de la neurodivergencia. Esto implica no solo brindar apoyos concretos, sino también validar el malestar sin infantilizarlo ni minimizarlo, y ofrecer opciones reales de descanso, autorregulación y autonomía.

Es vital recordar que muchas de las dificultades que las personas autistas enfrentan en invierno no surgen del autismo en sí, sino de un entorno que no ha sido diseñado teniendo en cuenta su forma de percibir, sentir y estar en el mundo. Por eso, el cambio también debe ser estructural: más comprensión, más adaptación, más escucha activa.

Invitemos, entonces, a que el invierno no sea una temporada de aislamiento o de agotamiento extremo, sino una oportunidad para crear espacios de cuidado mutuo, donde cada persona —autista o no— pueda habitar el tiempo con dignidad, calidez y autenticidad.


 
 
 

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