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Sensibilidad sensorial en niñas: entre el juego, la escuela y la sobrecarga diaria

  • Foto del escritor: Jesus Gomez Frye
    Jesus Gomez Frye
  • 20 sept
  • 5 Min. de lectura
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La infancia debería ser un tiempo de exploración, juego y aprendizaje. Sin embargo, para muchas niñas autistas, el entorno está lleno de estímulos que pueden resultar excesivos, dolorosos o desconcertantes. La sensibilidad sensorial es una característica central del autismo y afecta la manera en que el cerebro procesa la información proveniente de los sentidos: vista, oído, tacto, gusto, olfato, movimiento y equilibrio.

Aunque este fenómeno ocurre tanto en niños como en niñas, en ellas se observa un matiz importante: sus reacciones suelen ser interpretadas como “hipersensibilidad emocional” o “dramatismo”, lo que retrasa la comprensión real de lo que sucede. Entender estas diferencias no solo es clave para el diagnóstico temprano, sino también para crear entornos que favorezcan el bienestar y la inclusión.


La ciencia detrás de la sensibilidad sensorial


Investigaciones han demostrado que entre el 60 % y el 90 % de las personas autistas presentan diferencias significativas en el procesamiento sensorial (Ben-Sasson et al., 2009).

  • Hipersensibilidad: los estímulos se perciben con mayor intensidad (un ruido leve se siente insoportable, una etiqueta en la ropa se convierte en dolor constante).

  • Hiposensibilidad: se necesita más intensidad para percibir el estímulo (buscan presión, movimiento o luces brillantes).

  • Búsqueda sensorial: conductas repetitivas para autorregularse, como mecerse o frotar objetos.

Neurocientíficamente, estudios de resonancia magnética han mostrado diferencias en la conectividad entre las áreas sensoriales y el sistema límbico (Green et al., 2013). Esto significa que los estímulos no solo se procesan de forma distinta, sino que también están más estrechamente ligados a la respuesta emocional, explicando por qué una luz fluorescente puede desencadenar ansiedad o rabia.

En las niñas, estas respuestas se camuflan con mayor frecuencia: aprenden a sonreír, contener el llanto o apartarse en silencio, lo que puede hacer que los adultos subestimen su nivel de malestar.


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Sensibilidad sensorial en el juego: exploración y límites invisibles


El juego es la vía principal de aprendizaje infantil, pero para una niña autista puede estar lleno de retos:

  • Juego creativo y táctil: la pintura con dedos, arena o plastilina puede generar rechazo. No es falta de interés artístico, sino incomodidad táctil.

  • Sonidos en espacios lúdicos: parques con gritos, balones rebotando o columpios metálicos generan sobrecarga.

  • Juego motor: muchas niñas buscan columpiarse intensamente o girar porque el movimiento regula su sistema vestibular (equilibrio).

🔍 Ejemplo: Una niña que evita tocar masa de modelar no “es floja” ni “se niega a participar”. Está protegiéndose de una sensación que para su cerebro es aversiva. Respetar este límite es permitirle un juego seguro y genuino.


La escuela: epicentro de desafíos sensoriales


El entorno escolar concentra múltiples estímulos que impactan directamente en la experiencia educativa:

  • Auditivos: timbres, sillas arrastrándose, compañeros hablando. Para una niña autista, el ruido puede hacer que se bloquee y no procese las instrucciones del profesor.

  • Visuales: luces fluorescentes parpadeantes o aulas muy decoradas con colores fuertes pueden generar fatiga visual.

  • Sociales: la combinación de estímulos sensoriales y demandas sociales (responder preguntas en voz alta, participar en grupo) incrementa el esfuerzo de camuflaje.

En un estudio de Ashburner et al. (2008), los niños y niñas con dificultades sensoriales reportaron mayor estrés, fatiga y problemas académicos. Sin adaptaciones, esto puede llevar a que las niñas sean vistas como distraídas, “desobedientes” o poco participativas, cuando en realidad están intentando sobrevivir al exceso de estímulos.

🔍 Ejemplo: Una niña que se tapa los oídos cuando suena el timbre no está “siendo rara”: su sistema auditivo percibe ese sonido como doloroso, similar a una alarma fuerte.


La sobrecarga diaria: el efecto acumulativo


Lo que distingue la sensibilidad sensorial no es solo la intensidad del momento, sino la acumulación de estímulos. Una niña puede pasar la mañana soportando ruidos en la sala de clases, el recreo caótico, la textura de su uniforme y la presión de participar en clase. Al llegar a casa, cualquier detalle mínimo —un olor fuerte en la cocina, una pregunta insistente— puede desencadenar una crisis.

Esto se conoce como sobrecarga sensorial y puede manifestarse con:

  • Irritabilidad, llanto o gritos.

  • Retraimiento repentino (necesidad de estar sola en silencio).

  • Meltdowns (explosiones emocionales intensas).

  • Shutdowns (bloqueo, quedarse en silencio o inmóvil).

En niñas, estas reacciones a menudo son etiquetadas como “berrinches” o “cansancio”, invisibilizando el componente sensorial y emocional.

Además, cuando intentan camuflar estas reacciones para “portarse bien” en público, el costo interno aumenta, incrementando el riesgo de ansiedad y burnout autista (Hull et al., 2017).


Estrategias de acompañamiento sensorial


El apoyo no requiere eliminar todos los estímulos, sino adaptar y validar:

  1. En el hogar

    • Ofrecer ropa cómoda, sin etiquetas o costuras molestas.

    • Crear un rincón sensorial con mantas pesadas, cojines o luces suaves.

    • Permitir que usen auriculares o gafas con filtro sin etiquetarlas de “débiles”.

  2. En la escuela

    • Ajustar la iluminación o permitir ubicarse cerca de ventanas.

    • Dar pausas sensoriales: un espacio tranquilo para recuperarse.

    • Utilizar apoyos visuales en lugar de solo instrucciones verbales.

  3. En el juego

    • Ofrecer materiales alternativos (pinceles en lugar de pintura con dedos).

    • Respetar cuando se niegan a participar en un juego, sin forzarlas.

    • Validar intereses intensos (colecciones, juegos repetitivos) como forma de exploración segura.


La sensibilidad sensorial en niñas autistas es una dimensión central de su desarrollo y bienestar. Lejos de ser un “detalle menor”, influye en cómo juegan, aprenden y conviven día a día. No reconocerla puede llevar a diagnósticos tardíos, incomprensión y sufrimiento innecesario.

Al observar, escuchar y validar sus necesidades sensoriales, estamos construyendo entornos más inclusivos y humanos. La clave no es forzar a las niñas a adaptarse a un mundo ruidoso e impredecible, sino crear espacios que reconozcan su manera de sentir.

Como señalan las investigaciones, la diferencia sensorial no es un déficit, sino una forma distinta de procesar la realidad. Entender esto abre la puerta a una infancia donde la sobrecarga no sea la norma, sino la excepción, y donde cada niña pueda desplegar su curiosidad y creatividad sin miedo ni dolor.


📚 Referencias:

  • Ashburner, J., Ziviani, J., & Rodger, S. (2008). Sensory processing and classroom emotional, behavioral, and educational outcomes in children with autism spectrum disorder. American Journal of Occupational Therapy, 62(5), 564–573.

  • Ben-Sasson, A., et al. (2009). A meta-analysis of sensory modulation symptoms in individuals with autism spectrum disorders. Journal of Autism and Developmental Disorders, 39(1), 1–11.

  • Green, S. A., et al. (2013). Neurobiology of sensory overresponsivity in youth with autism spectrum disorders. JAMA Psychiatry, 70(8), 846–854.

  • Hull, L., et al. (2017). “Putting on My Best Normal”: Social camouflaging in adults with Autism Spectrum Conditions. Journal of Autism and Developmental Disorders, 47(8), 2519–2534.

  • Robertson, C. E., & Baron-Cohen, S. (2017). Sensory perception in autism. Nature Reviews Neuroscience, 18(11), 671–684.

 
 
 

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